La 'Via
Augusta' es un misterioso sendero de caminos que se bifurcan.
En la Antigüedad unía Roma, el corazón de la civilización, con los puntos más alejados
del Imperio. Hoy cruza las tierras valencianas con la misma vocación de sorpresa que los
viajeros ilustrados y románticos para descubrir el Sur lleno de luz y de pasión.
La 'Via Augusta' es como ese renglón torcido de la escritura que sigue el viajero lector
y contemplador, es una línea mágica inscrita en el reverso del tapiz que perdura en el
tiempo y que confiere sentido, más alla de fronteras y países, más allá de lenguas y
dialectos, más alla de las líneas y de los espacios del poder... es un misterioso sendero
que se bifurca y que es propicio para entrar en el laberinto de las manifestaciones
artísticas de la postmodernidad.
Una lluviosa mañana del otoño valenciano Elena Privitera y yo hemos recorrido parte de
ese sendero milagroso para llegar a San Miguel de los Reyes.
En San Miguel descansan el arte y los libros desde la paz de la ya eterna 'vía' romana.
Somos los herederos de una tradición muy antigua. Somos los herederos de la más rica
tradición de la historia de la humanidad. Y desde la modernidad padecemos esa extraña
enfermedad que nos anticipaba Matthew Arnold, con "su prisa enfermiza, sus metas
divididas", y sin ningún lugar para que los hombres levanten sus tiendas salvo los "pobres fragmentos
de un mundo roto".
El hombre moderno es un viajero desorientado que no tiene puerto, un caminante que no
tiene casa, como dejó escrito en sus versos:
"Errante entre dos mundos, muerto uno,
Incapaz de nacer el otro,Sin sitio aún donde apoyar mi frente"
El signo de nuestra edad es este estar
fragmentado y separado; pero ésa es, en verdad, la esencia del viaje. Porque el viaje significa siempre el conocimiento de lo nuevo,
el descubrimiento de lo bello, la toma de contacto con la hermosura escondida.
Lo verdaderamente difícil en arte es ver cada día las cosas de una manera nueva: ese
sentimiento de maravilla ante la existencia del mundo renovada en cada una de nuestras
miradas.
Como nos adelantaba Coleridge (en su Biographia Literaria) hay que saber combinar el
sentido de maravilla y novedad del niño ante las apariencias, con la tradición de la
Modernidad, que en el arte es la tradición de la ruptura y del cambio de la vanguardia.
Todo el arte moderno se articula en torno a la relación entre el ojo y el objeto: "así
como es el hombre, así ve". También en la poesía contemporánea, Wordsworth y Shelley
nos enseñaron a mirar con ojos siempre nuevos.
Hoy los artistas trabajamos desde esa "poética de la perplejidad" que nos suministra
la realidad contemporánea.
Somos hijos de la imagen y de la prisa, de lo banal y lo
superfluo, y esas serán algunas de las huellas de nuestro paso por este antiguo sendero.
Nuestra percepción de la verdad y del otro es hija de la improvisación y de la velocidad.
Por momentos, parecemos mercancías que caducan si se detienen.
Pero este no es el único signo del viaje.
En efecto, se trata de dejar ser a lo que es, a lo que será inevitablemente. Porque, como nos han enseñado los maestros, ese pasar
fluyendo de las formas artísticas sin conformación permanente y duradera, significa
también un ir más allá de nosotros mismos, es saber estar siempre a la altura del camino,
de viaje...sin perder de vista la sabia reflexión del melancólico Marco Aurelio:
"Pronto no serás más que cenizas o esqueleto, y un simple nombre, o ni siquiera un nombre".
Todo arte trasciende las circunstancias en que fue creado.
Toda obra de arte tiene siempre su tiempo propio de recreación y de lectura, ese tiempo
de contemplación e interpretación en el que le conferimos sentido, en el que nos la
apropiamos como parte de nuestra experiencia y de ese modo llegamos a convertirnos
en cómplices.
Como nos ha enseñado H.-G. Gadamer:
"quien crea que el arte moderno es una degeneración, no comprenderá realmente el arte
del pasado. Es menester aprender, primero a deletrear cada obra de arte, luego a leer,
y sólo entonces empieza a hablar. El arte moderno es una buena advertencia para el
que crea que, sin conocer las letras, sin aprender a leer, puede escuchar la lengua
del arte antiguo".
El viaje es una de las formas privilegiadas de ser del arte y también de la escritura
contemporánea, que surge del juego de dados de Mallarmé, que continúa en el Mediodía de
Nietzsche, en la Noche de Lautréamont, en la Música de Schönberg, en el Silencio de
Wittgenstein. Y nos recuerda a Kant y a Hegel, a Schelling y Fichte, a Hölderlin y Byron,
a Rimbaud, a Rilke, a tantos otros... En Literatura, el santo patrón de los poetas en
el exilio fue Dante y su último Nobel es Czeslaw Milosz, quien nos recordó aquellas
mágicas palabras de Simone Weil:
"la distancia es el alma de la bondad" .
Hoy nos adentramos junto a las piedras miliarias de la Vía Augusta en esa aventura
y en ese viaje.
Y, como en el poema "Ítaca" del viejo poeta griego Konstandinos Kaváfis, resuena la canción en el camino:
"Cuando emprendas tu viaje hacia Ítaca
debes rogar que el viaje sea largo (...)
Mas no hagas con prisas tu camino;
mejor será que dure muchos años,
y que llegues, ya viejo, a la pequeña isla,
rico de cuanto habrás ganado en el camino.
No has de esperar que Ítaca te enriquezca:
Ítaca te ha concedido ya un hermoso viaje.
Sin ella, jamás habrías partido (...)
Y siendo ya tan viejo, con tanta experiencia,
sin duda sabrás ya qué significan las Ítacas."
Jorge Luis Borges trazó un enigmático jardín de senderos que se bifurcan.
Era un laberinto metafísico con la estructura mágica de una biblioteca infinita.
La estructura de trabajo del arte contemporáneo es siempre la bifurcación y la encrucijada.
Este ha sido el siglo de la vanguardia, de las neovanguardias, de la transvanguardia...
el relato dentro del relato, el cuadro dentro del cuadro; el presente vario, múltiple y
multiforme.
La ciudad y la infancia han venido siendo el itinerario del viaje de los poetas modernos.
El viaje es, sin duda, la musa de los artistas de la modernidad.
Hay que saber estar siempre de viaje, vivir definitivamente "de viaje"...pero sin olvidar aquellos versos del
poeta y pintor Rafael Alberti en Sobre los ángeles:
"Para ir al infierno no hace falta cambiar de sitio ni de postura".
Ya no existe el camino de vuelta a los cuarteles de invierno. El sol brilla en lo alto.
Ese es el sentido del viaje, de nuestro viaje.
Nos lo enseñó un gran poeta español exiliado, Luis Cernuda que supo estar siempre de viaje:
"¿Volver? Vuelva el que tenga,
Tras largos años, tras un largo viaje,
Cansancio del camino y la codicia
De su tierra, de su casa, sus amigos,
Del amor que al regreso fiel le espere.
Mas ¿tú? ¿volver? Regresar no piensas,
Sino seguir libre adelante (...)
Sigue, sigue adelante y no regreses,
Fiel hasta el fin del camino y tu vida,
No eches de menos un destino más fácil,
Tus pies sobre la tierra antes no hollada,
Tus ojos frente a lo antes nunca visto." ( 'Peregrino' )
Fiat ars.
JUAN MARÍA CALLES
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